PERSONAJES DE LA

NARRATIVA CHILENA

DE 1800s



En este proyecto se presenta una serie de 3 ilustraciones sobre personajes chilenos de la cultura popular. El bandolero Ciriaco Contreras, el duelo de payas entre Don Javier de la Rosa y el Mulato Taguada y la cantinera Irene Morales. Existen distintos datos y detalles sobre sus historias dependiendo de la fuente. Sus relatos se han ido contando a través del tiempo alterando sus versiones. Sobre ellos se han escrito cuentos, leyendas y poemas.


La primera recopilación de información la encontré en memoria.gob.cl, sitio que rescata una gran cantidad de material sobre temas relacionados al patrimonio. Además, sobre todos estos personajes se han publicado artículos en la Lira Popular, una serie de impresos sueltos que circularon masivamente en los principales centros urbanos de Chile entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX.







CIRIACO CONTRERAS

Uno de los bandoleros más famosos del siglo XIX. Operando siempre en el actual territorio de la VII región, desarrolló un complejo sistema de préstamos forzosos a los hacendados bajo amenaza de salteo a la casa patronal. Su fama de bandido caballeroso y amigo de los campesinos pobres fue creciendo con el tiempo, amparada en el hecho de que siempre los respetó, llegando en ocasiones a ayudarlos económicamente. Su influencia llegó a tal grado que, tras prestar servicios a varios políticos locales, entró a la policía de Santiago como director de la Sección de Seguridad.

Artículo publicado en “La Lira Popular”








DON JAVIER DE LA ROSA Y EL MULATO TAGUADA


Don Javier de la Rosa contra el
Mulato Taguada (o Tahuada) fue un épico contrapunto o duelo de payas, que aconteció en San Vicente de Tagua Tagua, Chile, en 1830. Este "encuentramiento", como se le ha llamado, duró ochenta horas según la tradición. La relevancia de este duelo estaba en la diferencia social y étnica de ambos contendientes donde el Mulato Taguada, representó a los oprimidos y el latifundista Javier de la Rosa al grupo dominante de la naciente república.

Artículo publicado en “La Lira Popular”




IRENE MORALES


Irene Morales Galaz fue la cantinera más popular que participó en la Guerra del Pacífico.Se sabe que vivió en la Chimba y que se desempeño como costurera. Al ser fusilado su segundo marido en 1878, debido a una disputa de taberna donde dio muerte a un soldado boliviano, Morales, se disfrazó de hombre y se reclutó en la guerra para vengar su muerte. Luego fue descubierta, sin embargo, fue aceptada sin problemas gracias a su valentía. Se desempeñó como cantinera en el regimiento Tercero de Línea.Una vez finalizada la guerra, Morales volvió a vivir en la ciudad de Santiago. Fue vitoreada en la inauguración del monumento del "Roto Chileno", sin embargo, como le sucedió a la mayoría de los veteranos de guerra, el Estado no se hizo cargo de ella ni le prestó ayuda económica. Fue así que murió el 25 de agosto de 1890 en el Hospital San Borja de Santiago, a la edad de 42 años.
Artículo publicado en “La Lira Popular”










OFICIOS

DE CHILE


Serie de ilustraciones sobre oficios chilenos del último siglo.

Algunos de estos han ido mutando en el tiempo, adaptándose a las nuevas necesidades, otros, simplemente han quedado obsoletos. Así mismo, nuevos oficios aparecen constantemente y logran perdurar en el tiempo.

Esto es un reconocimiento a todas esas personas que convierten su oficio en lo que los define. Lo hacen con total entrega y cariño y lo conservan por generaciones.













LA SUPLEMENTERA


Entre los vendedores de diarios hay hombres, mujeres, niños y niñas. Su historia comienza con la guerra de 1879 que impuso un sistema de noticias, de informaciones periodísticas y dio origen al chilenismo suplemento, hoja volante editada por los diarios como necesidad de anticipar una novedad. El suplemento constituyó, en los días de la guerra, la información concisa, agitadora o tranquilizadora.













EL MOTEMEI


El motero o motemei es un personaje característico y muy popular como comerciante callejero. Tradicionalmente era un individuo que vivía en las afueras de la ciudad y hacía su entrada especialmente en las noches de otoño e invierno, con un canasto colgando del brazo, cuyo contenido iba cubierto por albos paños que resguardaban el calor del mote de maíz.

















EL VELERO

El velero vendía velas para iluminar las casas, ya que en esa época todavía no había luz eléctrica. La velas eran de sebo y se hacían a mano en forma artesanal. Este personaje las llevaba colgando de un palo amarradas por la mecha y cuando las vendía las cortaba.











LA MUJER ESQUELETO

Leyenda Inuit del libro "Mujeres que corren con los lobos" de Clarissa Pinkola Estés





Había hecho algo que su padre no aprobaba, aunque ya nadie recordaba lo que era. Pero su padre la había arrastrado al acantilado y la había arrojado al mar. Allí los peces se comieron su carne y le arrancaron los ojos. Mientras yacía bajo la superficie del mar, su esqueleto daba vueltas y más vueltas en medio de las corrientes. Un día vino un pescador a pescar, bueno, en realidad, antes venían muchos pescadores a esta bahía. Pero aquel pescador se había alejado mucho del lugar donde vivía y no sabía que los pescadores de la zona procuraban no acercarse por allí, pues decían que en la cala había fantasmas. El anzuelo del pescador se hundió en el agua y quedó prendido nada menos que en los huesos de la caja torácica de la Mujer Esqueleto. El pescador Pensó: "¡He pescado uno muy gordo! ¡Uno de los más gordos!" Ya estaba calculando mentalmente cuántas personas podrían alimentarse con aquel pez tan grande, cuánto tiempo les duraría y cuánto tiempo él se podría ver libre de la ardua tarea de cazar. Mientras luchaba denodadamente con el enorme peso que colgaba del anzuelo, el mar se convirtió en una agitada espuma que hacía balancear y estremecer el kayak, pues la que se encontraba debajo estaba tratando de desengancharse. Pero, cuanto más se esforzaba, más se enredaba con el sedal. A pesar de su resistencia, fue inexorablemente arrastrada hacia arriba, remolcada por los huesos de sus propias costillas. El cazador, que se había vuelto de espaldas para recoger la red, no vio cómo su calva cabeza surgía de entre las olas, no vio las minúsculas criaturas de coral brillando en las órbitas de su cráneo ni los crustáceos adheridos a sus viejos dientes de marfil. Cuando el pescador se volvió de nuevo con la red, todo el cuerpo de la mujer había aflorado a la superficie y estaba colgando del extremo del kayak, prendido por uno de sus largos dientes frontales. "¡Ay!", gritó el hombre mientras el corazón le caía hasta las rodillas, sus ojos se hundían aterrorizados en la parte posterior de la cabeza y las orejas se le encendían de rojo. "¡Ay!", volvió a gritar, golpeándola con el remo para desengancharla de la proa y remando como un desesperado rumbo a la orilla.


Como no se daba cuenta de que la mujer estaba enredada en el sedal, se pegó un susto tremendo al verla de nuevo, pues parecía que ésta se hubiera puesto de puntillas sobre el agua y lo estuviera persiguiendo. Por mucho que zigzagueara con el kayak, ella no se apartaba de su espalda, su aliento se propagaba sobre la superficie del agua en nubes de vapor y sus brazos se agitaban como si quisieran agarrarlo y hundirlo en las profundidades. "¡Aaaaayy!", gritó el hombre con voz quejumbrosa mientras se acercaba a la orilla. Saltó del kayak con la caña de pescar y echó a correr, pero el cadáver de la Mujer Esqueleto, tan blanco como el coral, lo siguió brincando a su espalda, todavía prendido en el sedal. El hombre corrió sobre las rocas y ella lo siguió. Corrió sobre la tundra helada y ella lo siguió. Corrió sobre la carne puesta a secar y la hizo pedazos con sus botas de piel de foca. La mujer lo seguía por todas partes e incluso había agarrado un poco de pescado helado mientras él la arrastraba en pos de sí. Y ahora estaba empezando a comérselo, pues llevaba muchísimo tiempo sin llevarse nada a la boca. Al final, el hombre llegó a su casa de hielo, se introdujo en el túnel y avanzó a gatas hacia el interior. Sollozando y jadeando permaneció tendido en la oscuridad mientras el corazón le latía en el pecho como un gigantesco tambor. Por fin estaba a salvo, sí, a salvo gracias a los dioses, gracias al Cuervo, sí, y a la misericordiosa Sedna, estaba... a salvo... por fin. Pero, cuando encendió su lámpara de aceite de ballena, la vio allí acurrucada en un rincón sobre el suelo de nieve de su casa, con un talón sobre el hombro, una rodilla en el interior de la caja torácica y un pie sobre el codo. Más tarde el hombre no pudo explicar lo que ocurrió, quizá la luz de la lámpara suavizó las facciones de la mujer o, a lo mejor, fue porque él era un hombre solitario. El caso es que se sintió invadido por una cierta compasión y lentamente alargó sus mugrientas manos y, hablando con dulzura como hubiera podido hablarle una madre a su hijo, empezó a desengancharla del sedal en el que estaba enredada. "Bueno, bueno." Primero le desenredó los dedos de los pies y después los tobillos.


Siguió trabajando hasta bien entrada la noche hasta que, al final, cubrió a la Mujer Esqueleto con unas pieles para que entrara en calor y le colocó los huesos en orden tal como hubieran tenido que estar los de un ser humano. Buscó su pedernal en el dobladillo de sus pantalones de cuero y utilizó unos cuantos cabellos suyos para encender un poco más de fuego. De vez en cuando la miraba mientras untaba con aceite la valiosa madera de su caña de pescar y enrollaba el sedal de tripa. Y ella, envuelta en las pieles, no se atrevía a decir ni una sola palabra, pues temía que aquel cazador la sacara de allí, la arrojara a las rocas de abajo y le rompiera todos los huesos en pedazos.  El hombre sintió que le entraba sueño, se deslizó bajo las pieles de dormir y enseguida empezó a soñar. A veces, cuando los seres humanos duermen, se les escapa una lágrima de los ojos. No sabemos qué clase de sueño lo provoca, pero sabemos que tiene que ser un sueño triste o nostálgico. Y eso fue lo que le ocurrió al hombre.


La Mujer Esqueleto vio el brillo de la lágrima bajo el resplandor del fuego y, de repente, le entró mucha sed. Se acercó a rastras al hombre dormido entre un crujir de huesos y acercó la boca a la lágrima. La solitaria lágrima fue como un río y ella bebió, bebió y bebió hasta que consiguió saciar su sed de muchos años. Después, mientras permanecía tendida al lado del hombre, introdujo la mano en el interior del hombre dormido y le sacó el corazón, el que palpitaba tan fuerte como un tambor. Se incorporó y empezó a golpearlo por ambos lados: ¡Pom, Pom!.... ¡Pom, Pom! Mientras lo golpeaba, se puso a cantar "¡Carne, carne, carne! ¡Carne, carne, carne! ". Y, cuanto más cantaba, tanto más se le llenaba el cuerpo de carne. Pidió cantando que le saliera el cabello y unos buenos ojos y unas rollizas manos. Pidió cantando la hendidura de la entrepierna, y unos pechos lo bastante largos como para envolver y dar calor y todas las cosas que necesita una mujer. Y, cuando terminó, pidió cantando que desapareciera la ropa del hombre dormido y se deslizó a su lado en la cama, piel contra piel. Devolvió el gran tambor, el corazón, a su cuerpo y así fue como ambos se despertaron, abrazados el uno al otro, enredados el uno en el otro después de, pasar la noche juntos, pero ahora de otra manera, de una manera buena y perdurable. La gente que no recuerda la razón de su mala suerte dice que la mujer y el pescador se fueron y, a partir de entonces, las criaturas que ella había conocido durante su vida bajo el agua, se encargaron de proporcionarles siempre el alimento. La gente dice que es verdad y que eso es todo lo que se sabe.